Yo no me monto a una bici desde el colegio, que diría un amigo. Tuve mi clásica BH, luego usé la mountain bike de algún primo y fin. Ahí acaba mi relación con las bicicletas. Yo corro, no monto en bici. Pero aquí, en Dublín, monta en bici todo quisqui. O eso parece a tenor de un reciente estudio, cuyo bonito gráfico os dejo aquí abajo. Según el pispo, hoy montan en bici aquí un 53% más de personas que las que montaban en 2011, lo que me parece un logro mayúsculo. Desde luego, algo deben estar haciendo bien los de Dublin Bikes… por ejemplo, tener siempre los cacharros llenos de bicis en buen estado, ready to go (algo que no podemos decir de Madrid, ejem…) o facilitar muchos carriles bici para darle caña a esos pedales. Tanto gusta la bici por aquí que hace poco la web Lovin Dublin publicó una rajada contra los ciclistas (que tenía toda la pinta que era para atraer clicks) para, al día siguiente, a la carrera, encargarle a «la única chica de la redacción que monta en bici» (¿será verdad?) que escribiera un contra-artículo defendiendo a los ciclistas.
Personalmente, no monto en bici por lo siguiente:
- Me da miedo caerme de ella, parapetarme al asfalto y darme un cate en la boca
- Lo de conducir por la izquierda lo tengo controlado… como peatón. ¿Y si, al montar en bici, mis piernas siguen actuando como si estuvieran en España, me llevan al carril derecho y soy aplatanado, machacado vilmente, por un Dublin Bus de dos pisos?
- Mi sentido de la orientación es pésimo, lamentabilísimo. A los dos minutos de estar en la bici vería la ciudad como Matrix, llena de unos y ceros en color verde, los edificios y los carriles se habrían borrado y haría un intento (en vano) de llegar pedaleando a Matalascañas (allí me darían agua fresca, buenas vasijas de agua fresquita).
Así que, de momento, le dejaré lo de las bicis a los profesionales de esto. Quién sabe, quizás algún día…